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por Rusty Wright
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¿Se enoja o se estresa fácilmente o bien sufre de presión arterial alta? Entonces permítame decirle que quizá deba perdonar a alguien (o a usted mismo). A esa conclusión han llegado varios expertos. Un reciente artículo cristiano explica varias investigaciones seculares que secundan y apoyan sus beneficios personales y sociales.
Hace treinta años, el psicólogo Dr. Glenn Mack Harndon buscó en vano estudios sobre el perdón en las diferentes revistas académicas sobre psicología, no obstante, en la actualidad existe un instituto internacional y una campaña millonaria que realiza investigaciones sobre el perdón (Jimmy Carter y Desmond Tutu están entre los líderes de dicha campaña). La Fundación John Templeton también otorga premios en este campo.
Harndon afirma que el perdón «libera al que ofende del enojo, rabia o estrés prolongados que están ligados a problemas psicológicos o enfermedades cardiacas, presión alta, hipertensión, cáncer y otros problemas psicosomáticos.»
Harndon es un experto en este campo y cuando me lo encontré en Washington, DC, me habló con mucho entusiasmo sobre una reunión internacional en Jordania a la que asistiría para tratar el tema del perdón entre enemigos tradicionales como irlandeses del norte y los republicanos, israelitas y palestinos.
El psicólogo Robert Enright y sus colegas de la University of Wisconsin descubrieron que las «lecciones sobre el perdón» pudieron haber ayudado a sus estudiantes —los cuales sentían que sus padres no les habían dado el amor necesario— a desarrollar «una mejor salud psicológica». La autoestima y la esperanza aumentaron mientras que la ansiedad disminuyó.
Durante nuestra vida nos enfrentaremos a muchos conflictos con nuestro cónyuge, padres, hijos, jefes, antiguos jefes, personas que desean intimidarnos, enemigos, personas intolerantes a las razas y etnias, etcétera. Si permitimos que las ofensas nos gobiernen, entonces se convertirán en resentimiento, y el resentimiento en amargura y luego en enojo, hasta que un día explotamos o herimos a alguien más. Si las personas se perdonaran entonces serían capaces de sanarse, reconciliarse y restaurarse.
Siempre recordaré a dos hombres llamados Norton y Bo. Norton era afro americano y sentía una gran amargura hacia las personas blancas. Bo, quien era blanco, se autodenominaba «cristiano» pero era un completo hipócrita porque odiaba a las personas de color. Un día, durante un evento sobre derechos civiles en Atlanta a finales de la década de los sesentas, Bo y sus compinches atacaron y golpearon a Norton y el rencor gobernó a ambas partes.
Varios meses después, mi compañero de cuarto habló con Norton sobre la fe y conoció a Dios personalmente. Puso su fe en Jesús y se sintió perdonado. Experimentó lo que el apóstol Pablo describe a la iglesia de Corinto: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas» (2 Corintios 5.17).
Mientras tanto, Bo empezó a darse cuenta de su hipocresía y puso a Dios de nuevo en el trono de su vida. Tres años después del ataque, Norton y Bo se encontraron, sin planearlo, en una conferencia. La tensión inicial se convirtió en transparencia y perdón. Para al final de la convención se expresaron amor cristiano y perdón frente a otros.
Hace poco el ganador del Premio Nóbel de la Paz 1986, Elie Wiesel, alabó a Alemania por recordar a las víctimas del Holocausto, sin embargo, exhortó al parlamento alemán a ir más allá y pedir perdón por la conducta del III Reich. Antes de iniciar el año 2000 declaró: «Necesitamos desesperadamente tener esperanzas para empezar el nuevo milenio». Johannes Rau, el Primer Ministro Alemán durante ese año, pidió perdón al parlamento israelí por el Holocausto y prometió luchar por el antisemitismo en Europa.
El perdón puede ser contagioso y puede marcar una importante diferencia en las familias, vecindarios, lugares de trabajo y naciones. Una buena relación requiere de dos personas dispuestas a perdonar.
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