"Hacemos el bien porque conocemos a un Dios bueno, y hemos sido llamados a compartir su bondad con todos..." |
Una pregunta fundamental ¿?
Texto Bíblico base: Lucas 7:18-35
Cristo bien podría haber optado por una serie de explicaciones para darle a los discípulos de Juan la respuesta que buscaba. Sin embargo, escogió otro camino. En el Sermón del Monte había animado a la multitud: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.» Echando mano de este principio ahora, apeló a los discípulos de Juan para que sacaran sus propias conclusiones.
El texto del evangelio nos dice: «En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades, plagas y espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista. Respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio.»
Para nosotros es muy difícil entender el peso de la respuesta que provee el Mesías como evidencia de su identidad. Estamos tan acostumbrados a que nuestro testimonio dependa casi exclusivamente de las palabras que apelar a las obras suena como herejía. Otros se enteran que somos «creyentes» —un término que, de por sí, hace hincapié en una respuesta intelectual— solamente cuando se lo decimos. En ocasiones han convivido con nosotros por años sin darse cuenta de que tenemos fe en Cristo. Esto es, en esencia, lo que perturbaba al apóstol Santiago cuando declaró: «la fe, si no tiene obras, está completamente muerta» (2.7).
Seguimos reaccionando, 400 años después de la Reforma, a la doctrina de salvación por obras. En nuestro afán de corregir este error hemos erradicado las obras de nuestra experiencia cristiana. No obstante, las obras son la manifestación visible de la transformación que Dios ha realizado en nuestro interior. Los redimidos estamos involucrados en buenas obras precisamente porque hemos muerto al estilo de vida egoísta e individualista que tanto prevalece en nuestra cultura. Al relacionarnos con un Dios cuyo corazón rebosa con el deseo de bendecir, de hacer el bien, comenzamos a ser contagiados del mismo sentir.
Cristo era la manifestación visible de la pasión del Padre. Se movía entre los ciegos, los cojos, los enfermos, los oprimidos, los desanimados y los pobres, porque esta era una parte esencial de lo que significaba la llegada del reino de los cielos. En sus obras estaba toda la evidencia que necesitaba Juan para estar tranquilo. Del mismo modo, nosotros podemos descansar acerca de nuestro testimonio cuando está respaldado por permanentes demostraciones de amor, compasión y bondad hacia los que están a nuestro alrededor. No estamos hablando aquí de hacer el bien para que la gente se «convierta» Aunque claro que deseamos y anhelamos que conozcan la bondad de Dios. Pues El Señor es quien convertirá y transformará los Corazones de sus criaturas, de nuestros amigos; Para que la relación que fue rota en Edén pueda ser restablecida, y reciban el Regalo de Salvación que Jesús pagó por los pecados de la humanidad. Es necesario que ellos también reciban este Regalo de Amor para que, al igual que nosotros, puedan ser llamados Hijos de Dios. (Juan 1:12)
Más bien se trata de hacer el bien porque conocemos a un Dios bueno, y hemos sido llamados a compartir su bondad con todos los que se nos cruzan por el camino...
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